Estaba el humano sin rostro
en la tela de araña, asustado.
Andando en el laberinto,
dando vueltas a la araña.
El humano andaba, andaba, andaba,
esquivando a la araña y otros insectos,
triste, sufriendo y acercándose a su fatal destino.
En la espesa selva de telas de araña
y árboles que las sostenían,
un rayo de luz, despierta al humano,
este, a su vez, mira al sol,
y aunque se marcha,
dedica todo lo que es, a escapar de la araña.
Dejó de andar en círculos y sin miedo,
fue recto a la araña, dispuesto a morir
si acaso no podía ver el sol nunca mas.
Enfrente de ella, él con la decisión de una gota
que cae a un lago, la miró
y la araña desapareció.
Era un espejismo, pensó el humano sin rostro
la araña es una proyección de nuestro miedo.
Entonces saltó, y al saltar se hizo tan grande como los árboles,
y se dio cuenta de que esa era su forma real,
y fue a mirar el sol.
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